Geopolítica Política y Sociedad Europa Desintegración y guerras de secesión en Yugoslavia Supervivientes del ataque serbio a Srebrenica en 1995. Fuente: Ron Haviv 6 mayo, 2015 Marcos Ferreira Compartir en WhatsApp Twitter Facebook LinkedIn Telegram Menéame Esta funcionalidad está reservada a suscriptores. Suscríbete por solo 5€ al mes.Guardar artículo Please login to bookmark Nombre de usuario o correo electrónico Contraseña Recuérdame Esta funcionalidad está reservada a suscriptores. Suscríbete por solo 5€ al mes. Descargar PDF Hace aproximadamente un cuarto de siglo comenzaron las guerras de secesión de Yugoslavia. El proceso se abrió con la guerra de los Diez Días y finalizó con la guerra de Macedonia; entre ambos conflictos transcurrirían diez años y las guerras de Croacia, Bosnia y Herzegovina y Kosovo. Tras las contiendas se constituirían como Estados independientes los anteriores más Eslovenia, Serbia y Montenegro. La antigua Yugoslavia tocaba a su fin y se disolvía en una miríada de nuevos países. La República Federativa de Yugoslavia, creada en 1945, fue un actor geopolítico de primer orden durante el desarrollo de la Guerra Fría. Aliada en un principio con la URSS y el Bloque del Este, la situación cambió radicalmente con la expulsión de Yugoslavia de la Kominform —la Oficina de Información Comunista— por actitudes revisionistas, oportunistas y nacionalistas. Fuera del bloque oriental, las autoridades yugoslavas, con Josip Broz Tito a la cabeza, tenían un gran problema: habían perdido sus principales socios políticos y comerciales. Ante la pregunta sobre qué hacer, la solución surgió cuando los Estados Unidos ofrecieron a Yugoslavia ayuda económica y militar. ¿Quieres recibir contenidos como este en tu correo? Apúntate a nuestro boletín semanal La ayuda resolvía los problemas económicos y de seguridad que podría tener Yugoslavia a corto plazo, pero a largo plazo sería necesario algo más. Las élites yugoslavas se sacaron de la chistera dos recursos que constituirían los elementos definidores e identificadores de Yugoslavia durante la Guerra Fría. Por un lado, en el plano económico, social y político, se creó y desarrolló el socialismo autogestionario, que buscaba dar mayor poder a los obreros, las fábricas y las repúblicas con un sistema socialista descentralizado, diferente al soviético. En el plano internacional, se desarrolló primero la política de neutralidad y, posteriormente, el Movimiento de Países no Alineados. Esos dos recursos, que no dejaban de ser una huida hacia delante, permitieron a Yugoslavia contar con una relativa estabilidad y prosperidad económica, política y social mientras en el plano geopolítico se convertía en la nación más favorecida, tanto en términos diplomáticos como económicos, de los Estados Unidos. No obstante, las cosas comenzaron a cambiar con la muerte de Tito en 1980. Y no porque el mariscal fuese lo único que unía a los yugoslavos, como tanto se repitió a comienzos de los 90, sino porque ya en los 80 Yugoslavia comenzó a sufrir una crisis de deuda y desempleo. Durante toda la década de 1980, la economía y la sociedad yugoslavas sufrirían esta crisis financiera y económica. Como en aquellos momentos Yugoslavia seguía siendo un socio privilegiado de Occidente, el Fondo Monetario Internacional continuó refinanciando sus pagos y sus acreedores fueron aceptando quitas de deuda. Sin embargo, con la caída del Bloque del Este entre 1989 y 1991, países como Polonia o Checoeslovaquia se situaron como socios preferenciales de Occidente. Si Yugoslavia quería seguir disfrutando de la categoría de nación más favorecida, debería adaptarse a los tiempos, olvidarse del socialismo y moverse hacia el capitalismo. Después de todo, con el fin de la Guerra Fría, Yugoslavia ya no tenía ningún valor geoestratégico. El punto de inflexión Formada por un total de seis repúblicas y dos provincias autónomas, los dos principales protagonistas del Estado yugoslavo eran Eslovenia y Serbia. Las demás repúblicas e instituciones federales se mantenían a la expectativa de lo que se decidiese en Liubliana y Belgrado. En enero de 1990 se celebró el 14.º congreso de la Liga Comunista de Yugoslavia (LCY), en el que la delegación eslovena se enfrentó con la serbia por el rumbo que debía tomar Yugoslavia. Los eslovenos argumentaban que era necesario avanzar hacia la democracia liberal, la economía de mercado y un modelo más descentralizado, mientras que los serbios argumentaban que era preferible una mayor centralización. Finalmente, el congreso se saldó con un rotundo fracaso y el abandono de la delegación eslovena —y, junto a ella, la croata—. Con la LCY fuera de juego, Eslovenia declaró que convocaría elecciones pluripartidistas en su república para abril de 1990, y a renglón seguido cada república fue celebrando sus elecciones hasta finales de año —incluida Serbia, en último lugar, en diciembre—. De las elecciones salieron fortalecidos los proyectos nacional-soberanistas en Eslovenia y Croacia, mientras que en Serbia salió reforzado el sector nacional-centralista de Slobodan Milošević. Por otro lado, las autoridades federales, especialmente el Ejecutivo, se vieron desbordadas al observar cómo sus intentos de mantener a Yugoslavia unida y llevarla hacia Occidente fracasaban por la oposición de las repúblicas de Eslovenia, Croacia y Serbia. En la primera mitad de 1991, cuando todas las repúblicas ya contaban con sus propios Ejecutivos federales y sus respectivos presidentes, se celebraron una serie de reuniones presidenciales en las que se intentaron poner los mecanismos para adecuar los diferentes intereses existentes. Por un lado, Eslovenia y Croacia insistían cada vez más en la independencia y, de hecho, celebraron sendos referendos de independencia en 1990 y 1991, respectivamente, que se saldaron con resultado positivo. Por otro lado, Serbia y Montenegro mantenían que era necesaria una recentralización de Yugoslavia o, por lo menos, la creación de una Yugoslavia en la que viviesen todos los serbios y otras repúblicas que así lo deseasen. Por último, Macedonia y Bosnia y Herzegovina tenían una posición intermedia: defendían la continuidad de Yugoslavia, pero en un modelo más federalista. El acuerdo fue imposible y el 25 de junio de 1991 Eslovenia y Croacia declaraban su independencia respecto a la República de Yugoslavia, Estado que de facto dejaba de existir para hacerlo poco después de iure. Las guerras de Eslovenia y Croacia Al día siguiente de la declaración de independencia de Eslovenia, el Ejército Popular de Yugoslavo (EPY) puso rumbo al territorio más septentrional de Yugoslavia para poner fin a la deriva soberanista. Para sorpresa de muchos, Eslovenia consiguió defender su independencia y forzar la entrada de actores internacionales para negociar un alto el fuego. Esta victoria se debió a que el EPY envió tropas mal pertrechadas, sin ninguna experiencia y en un número claramente insuficiente, así como a la excelente preparación de la independencia eslovena, especialmente en el plano mediático, en el que se vendió la imagen de que lo que se estaba dirimiendo como algo similar a lo sucedido en Hungría en 1956 o Praga en 1968. Tras unos diez días de conflicto, se alcanzaron los Acuerdos de Brioni, por los que las tropas yugoslavas debían retirase de Eslovenia y esta, anular su independencia por tres meses. Para ampliar: “Los borrados de Eslovenia”, Marcos Ferreira en El Orden Mundial, 2016 En Croacia ya se venían dando enfrentamientos armados de baja intensidad desde el verano de 1990 con la Revolución de los Troncos, pero los verdaderos enfrentamientos comenzarían en el estío de 1991. Aunque Croacia también se había mostrado muy activa a la hora de obtener la independencia, a diferencia de Eslovenia no había preparado casi nada para obtenerla y defenderla. Además, Eslovenia era un territorio prácticamente homogéneo desde el punto de vista nacional; Croacia no. Así, la minoría serbia, que era el 12% del total de la población en 1991 y que se agrupaba especialmente en las zonas de Krajina y Eslavonia, no estaba muy contenta con los planes del Ejecutivo croata. Rápidamente se autoorganizó bajo la República Serbia de Krajina, la cual recibió el apoyo del Ejecutivo serbio a través del EPY y de las bandas de paramilitares serbios, como los Tigres de Arkan o las Águilas Blancas de Vojislav Šešelj. Las autoridades croatas se vieron sobrepasadas por el empuje del bando serbio, al cual no le costó demasiado controlar Krajina y Eslavonia. Especialmente trágica resultó la caída de Vukovar en noviembre de 1991, convertida rápidamente en un símbolo de la nación y el nacionalismo croata. Un par de meses después se decretó un alto al fuego entre las dos partes que permitía la implementación del Plan Vance y la congelación temporal del conflicto. De ese modo, las autoridades croatas podían replegarse y preparar al detalle las operaciones para recuperar los territorios administrados por la República Serbia de Krajina, mientras que las autoridades serbias podían olvidar a los serbios de Croacia y centrarse en Bosnia y Herzegovina. Para ampliar: “Croacia, cronología de una reconstrucción”, Fernando Salazar en El Orden Mundial, 2017 La guerra bosnioherzegovina y el epílogo croata Bosnia y Herzegovina era la república más plurinacional de Yugoslavia. Su población estaba compuesta en un 44% por bosníacos musulmanes, un 32% de serbios ortodoxos y un 17% de croatas católicos. Además, se encontraba entremezclada, de manera que era prácticamente imposible establecer áreas étnicamente homogéneas salvo que se usase la limpieza étnica. Por ello, los habitantes de Bosnia y Herzegovina eran quienes más tenían que perder con la desaparición de Yugoslavia. La guerra comenzó en abril de 1992. Las tropas paramilitares serbias, con el apoyo del ejército de la República Srpska, comenzó a expandirse y limpiar étnicamente los territorios de Bosnia oriental, que según las autoridades guiadas por Radovan Karadžić debían quedar bajo soberanía serbia. Ante el empuje inicial serbio, la alianza entre musulmanes y croatas lo hizo lo mejor que pudo para defender los territorios que estaban bajo su control. No pasó mucho tiempo hasta que los croatas decidieron ponerse también en contra del bando bosnio. Esto se debía a que en marzo de 1991 Milošević y Tudjman habían acordado la división de Bosnia y Herzegovina a través del Acuerdo de Karađorđevo, ratificado un año después en Graz por las autoridades serbias y croatas de Bosnia. Para ampliar: “República Srpska: Serbia dentro de Bosnia”, Blas Moreno en El Orden Mundial, 2017 A comienzos de 1993, los serbios ocupaban alrededor del 70% del territorio total de Bosnia y Herzegovina mientras croatas y bosníacos se enfrentaban por el control del centro bosnio y la Herzegovina. La situación se estaba descontrolando; los planes de paz no funcionaban, y las autoridades serbias de Bosnia quedaron aún más descontroladas cuando Milošević rompió con ellas a mediados de 1993. Era necesario restablecer la coalición bosnio-croata, lo que se logró en 1994 con el Acuerdo de Washington. A partir de este momento, el bando serbobosnio iría perdiendo terreno a favor de los bosnio-croatas. Serbia se vería sometida a una importante presión internacional con un bloqueo económico desde 1992 para que se alinease con la comunidad internacional y dejase de apoyar las aventuras de los serbios en Bosnia y Croacia. En 1995 se firmó el Acuerdo de Split, que permitía a las tropas del ejército croata entrar en Bosnia para ayudar a la Armija a equilibrar las fuerzas. A su vez, en Croacia el Gobierno iba a recuperar el control sobre las zonas ocupadas por los serbios a través de las operaciones Flash y Tormenta. Solo quedaba por recuperar la zona de Eslavonia Oriental, lo cual se lograría pacíficamente a través del Acuerdo de Erdut. Durante el verano, las tropas croatas y de la Armija avanzaron posiciones sobre los territorios controlados por los serbobosnios con la inestimable ayuda de la OTAN. Para septiembre se había conseguido establecer un equilibrio de fuerzas que permitió alcanzar —no sin dificultad— los Acuerdos de Dayton, con los cuales se ponía fin a la guerra. Para ampliar: “Bosnia, el alto el fuego que no significó la paz”, Esther Miranda en El Orden Mundial, 2016 La guerra de Kosovo Durante las tres primeras guerras de secesión de Yugoslavia, las autoridades kosovares, lideradas por Ibrahim Rugova, decidieron usar la no violencia y confiar en Occidente para obtener la independencia de Serbia. No obstante, cuando los albanokosovares observaron que Dayton no mencionada nada sobre Kosovo y se consideraba a Milošević como un gran estadista y un hombre de paz, la estrategia de Rugova se vino abajo. Los acontecimientos previos demostraban que solo empuñando las armas se podría obtener la independencia, y así fue como el Ejército de Liberación Kosovar (ELK) comenzó a ganar popularidad. Creado a comienzos de 1990, no fue hasta 1996 cuando el ELK comenzó a estar verdaderamente activo y hasta 1998 cuando sus acciones empezaron a ser importantes. El objetivo de los insurgentes era realizar atentados contra todo lo que perteneciese al invasor serbio, población civil incluida, para así provocar la reacción de sus autoridades, lo que a su vez volvería a provocar la intervención diplomática de las potencias occidentales. La estrategia funcionó a la perfección: menos de un año después de que el ELK comenzase su estrategia y las fuerzas militares y paramilitares serbias se excediesen en su respuesta —incluido el incidente de Racak, del cual todavía no se sabe si fue perpetrado por las fuerzas serbias o se trató de un montaje del ELK—, se convocaba la Conferencia de Rambouillet. La conferencia resultó ser una encerrona para las dos delegaciones. Las potencias occidentales estaban cansadas de la cuestión yugoslava y decidieron presentar a las dos partes un acuerdo cerrado: o lo firmaban o no, pero no había posibilidad de discusión. Aunque en un principio lo rechazaron, la delegación kosovar accedió a rubricarlo; después de todo, sabían que Serbia no podría aceptar que la OTAN tuviese plena autonomía y libertad de movimiento por todo el territorio serbio: sería como una invasión militar y el establecimiento de un protectorado en un país soberano e independiente que formaba parte de instituciones internacionales reconocidas. Finalmente, Serbia rechazó firmar el acuerdo y las potencias occidentales decidieron bombardearla a través de la OTAN en una operación que servía más para legitimar la existencia de la organización que para llevar estabilidad a la zona. Tras tres meses de bombardeos, Serbia accedió a retirar las tropas de Kosovo y la Resolución 1244 era aprobada; poco después la OTAN desplegaba sus tropas en la zona mientras la ONU hacía lo mismo con personal civil y administrativo. Kosovo obtenía la independencia de facto, y la declararía oficialmente en 2008. Para ampliar: “Kosovo, la patria perdida de Milošević”, Adrián Albiac en El Orden Mundial, 2014 La insurgencia en Preševo y la guerra de Macedonia La resolución del conflicto kosovar produjo consecuencias indeseadas, pero no por ello inesperadas. Al sur de Serbia, en la frontera con Kosovo, se formó el Ejército de Preševo, Medveđa y Bujanovac. El objetivo de los insurgentes era unir dichas zonas con Kosovo, puesto que había una gran cantidad de población albanesa en ellas. No obstante, la comunidad internacional no tenía ningún interés en simpatizar con las causas y objetivos de los insurgentes, por lo que se accedió a que Serbia usase su monopolio de la fuerza para resolver la insurgencia en mayo de 2001. Pero el irredentismo albanés no iba a finalizar ahí. En Macedonia, país con un 25% de población de nacionalidad albanesa, la mayor concentrada en las zonas fronterizas con Kosovo y Albania, estalló la guerra. El Ejército de Liberación Nacional, creado a partir de veteranos de los ejércitos de Kosovo y Preševo, inició una rebelión armada a comienzos de 2001 en el norte del país. El objetivo no era independizarse de Macedonia, sino conseguir mayores cuotas de autonomía dentro de la propia estructura estatal macedonia. Sin embargo, al igual que en el caso de Preševo, la comunidad internacional no estaba por la labor de favorecer a guerrillas que aumentasen más la inestabilidad en la zona, y menos en un país como Macedonia, que había conseguido conjugar adecuadamente los intereses de la minoría albanesa. Tras la intervención de la OTAN, se consiguieron calmar los ánimos de ambos bandos y firmar el Acuerdo de Ohrid, por el que se ponía fin al conflicto y se otorgaban mayores derechos, especialmente culturales, a la minoría albanesa. Para ampliar: “Macedonia, el nuevo caldero balcánico”, Marcos Ferreira en El Orden Mundial, 2015 El patinazo de la comunidad internacional Desde la guerra de los Diez Días hasta la de Macedonia, la respuesta de la comunidad internacional a los conflictos yugoslavos fue bastante discutible. El error que todos los actores internacionales en el conflicto cometieron fue tratar con condescendencia a los actores locales que protagonizaban las disputas. Las potencias y organizaciones internacionales, comenzando por la Unión Europea, pasando a las Naciones Unidas y finalizando con los Estados Unidos, consideraron que aquello iba a ser una especie de Berlín 2.0, que aquellos Estados eran los mismos del siglo XIX a los que dominaban con extrema facilidad. Su error sería aprovechado por los agentes locales, que supieron manipular a la perfección a las potencias internacionales para conseguir sus objetivos en el espacio balcánico. En la actualidad, el sueño de unir a los eslavos del sur ha quedado como una anécdota, un vestigio del pasado. Sin embargo, los siete Estados que han sustituido a la antigua Yugoslavia tienen que hacer frente a problemas que ya existían incluso antes de su formación. La federación ya no existe y es probable que en el futuro tampoco lo vuelva a hacer. Sin embargo, la Historia de los Balcanes demuestra que las estructuras estatales van y vienen, pero las nacionalidades permanecen. Por eso, Eslovenia, Croacia, Serbia, Bosnia y Herzegovina, Macedonia, Montenegro y Kosovo deben recuperar el ideal yugoslavo y trabajar conjuntamente en las cuestiones idiosincrásicas de los Balcanes si quieren un futuro de largo recorrido para sus estructuras estatales.