Tribuna Política y Sociedad Europa Schulz, seísmo alemán 21 abril, 2017 Javier López @fjavilopez Compartir en WhatsApp Twitter Facebook LinkedIn Telegram Menéame Esta funcionalidad está reservada a suscriptores. Suscríbete por solo 5€ al mes.Guardar artículo Please login to bookmark Nombre de usuario o correo electrónico Contraseña Recuérdame Esta funcionalidad está reservada a suscriptores. Suscríbete por solo 5€ al mes. Descargar PDF El sismógrafo demoscópico alemán detecta fuertes movimientos de placas electorales. Con las elecciones de septiembre de 2017 a la vista, la irrupción de Martin Schulz al frente de los socialdemócratas del SPD ha significado todo un revolcón en la apacible y tranquila vida política alemana. Tras más de diez años de una omnipotente Angela Merkel, aspirante a revalidar su cargo en la cancillería, existe la posibilidad de poner fin a su mandato, colocar un socialdemócrata europeísta en su lugar e incluso formar un Gobierno rojo-rojo-verde inédito en el país. No cabe duda del poder hegemónico que atestigua Berlín en el seno de la UE y la capacidad de irradiación que tiene el SPD. Desde el programa de Erfurt al congreso de Bad Godesberg, todas sus decisiones estratégicas han marcado el paso a la socialdemocracia europea. Especial atención siempre han tenido sus movimientos en el PSOE, partido reconstruido a imagen y semejanza del amigo alemán. Por todo ello, estamos ante una batalla electoral con trascendencia continental. Pero antes de llegar a la contienda electoral merece la pena analizar las raíces de la actual hegemonía alemana y la gestión “merkiavélica” que se ha hecho de ella. ¿Quieres recibir contenidos como este en tu correo? Apúntate a nuestro boletín semanal Estado de las divisas en la Unión Europea. Fuente: The Economist Nunca en 60 años de integración europea una potencia había concentrado el poder que hoy ostenta Alemania, un poder que, hay que destacar, nunca buscó. ¿Por qué es involuntario? Porque la losa de la Historia en el país del Rin está especialmente presente y desde la posguerra el ejercicio del poder europeo ha sido visto con pudor e incomodidad, por lo menos hasta hace bien poco, pero un cúmulo de aciertos propios y errores ajenos han construido esta hegemonía involuntaria. La reunificación la convirtió en la gran potencia demográfica del continente con 80 millones de habitantes. La ampliación al este la centró geográficamente y multiplicó su órbita de influencia. Su política económica, orientada a las exportaciones, aunque incube graves contraindicaciones macroeconómicas globales, ha sido un rotundo éxito interno y ha cimentado su privilegiado rol de gran acreedor. Una lengua y cultura potentes, una Administración eficaz y un sistema político estable han hecho el resto. Al mismo tiempo, Francia, que ha vivido un largo estancamiento económico, afronta graves riesgos políticos y padece una alarmante crisis de identidad, lo que deja cojo el eje franco-alemán. Por su lado, Gran Bretaña siempre tuvo un pie fuera de la Unión y lleva alejándose de ella más de una década. Y los países meridionales nos vimos atrapados en la crisis de la deuda soberana, con el paso de sujetos a objetos de la política europea. Estas son las causas del nacimiento del primer “imperio por accidente”. Mención aparte merece la envidiable maquinaria germana en Bruselas. Al dominio de la lógica intergubernamental hay que sumar una fuerte presencia en el sottogoverno de la Comisión —jefes de gabinete y directores generales— y en los puestos claves del Parlamento —direcciones de los grupos influyentes y coordinadores de comisión—. Todo ello, pertrechado por una enérgica presencia institucional —la representación permanente del Gobierno y sus Länder— y poder blando en forma de excelentes fundaciones y think tanks. Un personal numeroso, muy cualificado e influyente. En este flanco, de nuevo, juega a favor su obsesión: la estabilidad. ¿Y cómo ha gestionado Merkel todo este enorme caudal de poder político? De forma nefasta. A los hechos me remito. Sin duda, el Gobierno alemán no ha sido el responsable de la caída de Lehman Brothers ni del desastre sirio, pero Merkel ha pilotado un continente hoy sumido en varias crisis que se superponen y que ha acabado padeciendo profundas brechas norte-sur y este-oeste, un proyecto debilitado y vulnerable cuando el mundo más necesita una Unión Europea fuerte y estable. Veámoslo. La gestión de la zona euro y la crisis de la deuda soberana ha sido un esperpento que ha causado un reguero de sufrimiento en forma de desempleo, pobreza y desigualdad. La receta aplicada —austeridad y devaluación interna— con el objetivo de exportar el capitalismo renano ha fracasado y se han bloqueado los cambios institucionales necesarios —mutualización del riesgo e inversión contracíclica—. La inenarrable epopeya griega es su mayor exponente. El euro está cerca de actuar como un moderno patrón oro y los países acreedores han hecho valer esa condición sobre la de socios europeos. Solo los vientos de cola y la acción expansiva del Banco Central Europeo, contra el criterio del Bundesbank —banco central alemán—, han evitado males mayores. El excedente presupuestario acumulado de Alemania puede acarrear consecuencias negativas al resto de la Unión. Fuente: The Economist El auge de los Gobiernos ultras no ha sido frenado por la nomenclatura europea. Su avanzadilla, el Gobierno orbanista, es el representante del Partido Popular Europeo (EPP por sus siglas en inglés) en Hungría, la familia política de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU en alemán). En materia exterior, tanto el este como el sur se han convertido en un campo minado. Incapaz de solucionar la contienda abierta con Rusia en Ucrania ni estabilizar o influir en Oriente Próximo y con la consecuente llegada de grandes multitudes en búsqueda de asilo, Berlín no ha podido imponer la solidaridad y coordinación en la acogida de refugiados al resto de los Estados miembros. Ahora bien, la crisis de los refugiados ha cambiado la piel de Alemania. Acogieron con su política de puertas abiertas 1,1 millón de personas en 2015 y 300.000 en 2016, una cifra enorme que ha mostrado lo mejor y lo peor de la fuerza central de Europa. Este mayúsculo ejercicio de solidaridad ha implicado a Administraciones y sociedad civil y ha contado con la complicidad de gran parte de la opinión pública. Al mismo tiempo, ha significado el auge de la extrema derecha —Alternativa para Alemania— y el nacimiento de movimientos reaccionarios, como Pegida. Merkel ha estado, sin titubear, del lado de la razón moral en este episodio; probablemente pase a la Historia por ello. Una vez más, tal y como dijo Bismarck, un gran político debe su reputación, cuando no a la pura casualidad, a circunstancias que ellos mismos no podían prever. A esto cabe sumarle su firmeza en defensa del Estado de derecho y el principio de no discriminación ante la victoria de Trump. La diferencia en estos dos capítulos con la derecha española es, cuando menos, sonrojante. Muchos han llegado a señalar a la canciller como “la última esperanza” del Occidente liberal ante el desorden mundial en el que nos hemos visto inmersos tras el cambio de parejas de baile en el hemisferio norte que han provocado Trump y el brexit. Y eso sí que es osado. Porque, tras once años de mandato, el cuadro europeo es calamitoso y su continuidad puede tener consecuencias catastróficas. La CDU ha estado fuera del Gobierno alemán solo siete de los últimos 35 años (1998-2005) y el continente necesita que sea expulsada del poder precisamente porque es probable que solo Alemania tenga la fuerza suficiente para liderar la defensa de las sociedades abiertas y tolerantes. Es así como llegamos a Martin Schulz y las elecciones de septiembre de 2017. Schulz tras su nombramiento como candidato socialdemócrata a la cancillería. Fuente: Clemens Bilan (EFE) Martin Schulz acaba de irrumpir en su tablero político nacional y ha hecho posible lo imposible: provocar un vuelco electoral. Librero de profesión y con una juventud difícil, proviene de la potente región industrial de Renania del Norte-Westfalia. Afable pero firme, es capaz de comentarte el último éxito editorial de Jaume Cabré o una encuesta de las próximas elecciones regionales españolas. Reflexivo, cálido y con vara de mando, habla claro, sin pelos en la lengua, y apela a los sentimientos y épica que hay tras los proyectos políticos. Tras una larga carrera en el Parlamento Europeo, ha sido hasta hace bien poco su presidente y ha dotado a la institución de una voz que no había tenido nunca. Esa distancia le está permitiendo aparecer a ojos de la opinión pública alemana como un outsider insider. Presente siempre en las difíciles discusiones comunitarias y diplomáticas internacionales, tiene una característica que no suele abundar en los políticos de la izquierda: no le incomoda el poder. No prefiere la zona de confort que significa la resistencia: es muy consciente de que para hacer una tortilla hay que romper huevos. Su entrada en la carrera electoral ha hecho temblar la política alemana. Ha sido capaz de cohesionar a su partido, levantar diez puntos al SPD en pocas semanas tras un letargo de una década. Ha criticado la Agenda 2010 del excanciller socialdemócrata Schröder, provocó una sangría electoral y la salida de Oskar Lafontaine del partido y ha llamado a su “rectificación”. Ha colocado a la extrema derecha por debajo del 10%, movilizado abstencionistas y agrupado votantes del cambio situándose en las encuestas codo a codo con la invencible Mutti. El reciente revés en el diminuto länder de Sarre no le ha restado opciones en su carrera electoral. Su bandera: la justicia social. Aunque haya sido acusado de socialpopulista, Schulz no es más ni menos que un sólido socialdemócrata clásico, pragmático y audaz, un producto de la fábrica de Helmut Schmidt y Willy Brandt. Puro SPD. Pero el revolcón político puede no acabar aquí, y esto hace la contienda electoral especialmente trascendente. Su sistema multipartidista está habituado a estables gabinetes de coalición. La gran novedad es que estas elecciones pueden deparar un insólito Gobierno de izquierdas entre la socialdemocracia del SPD, los verdes de Die Grünen y la izquierda de Die Linke. Un digno representante de la Alemania europea para substituir a la Europa alemana. Una alianza con fuerza suficiente como para cambiar la dinámica de Bruselas y provocar réplicas en el resto de capitales. Testeado con éxito a escala regional, sería una profunda transformación de la poderosa locomotora exportadora, el cambio que Europa necesita y los europeos merecemos. El Orden Mundial en el Siglo XXI no se hace responsable de las opiniones vertidas por los autores de la Tribuna. Para cualquier asunto relacionado con esta sección se puede escribir a [email protected].