Geopolítica Asia-Pacífico El collar de perlas de China: geopolítica en el Índico La ruta marítima está formada por una cadena de bases militares y puertos controlados por China, el llamado collar de perlas chino. 28 marzo, 2014 Fernando Arancón @FernandoArancon Compartir en WhatsApp Twitter Facebook LinkedIn Telegram Menéame Esta funcionalidad está reservada a suscriptores. Suscríbete por solo 5€ al mes.Guardar artículo Please login to bookmark Nombre de usuario o correo electrónico Contraseña Recuérdame Esta funcionalidad está reservada a suscriptores. Suscríbete por solo 5€ al mes. Descargar PDF La estrategia china del collar de perlas es una de las mayores apuestas de Pekín para alcanzar sus objetivos geopolíticos. Supone crear una cadena de bases y puertos para asegurar sus suministros y controlar a los vecinos. Pero estos, incluido Estados Unidos, no piensan quedarse de brazos cruzados. La fricción existente en el mar de China no deja de ser una anécdota en el marco de la expansión del Imperio del Medio por la región de Asia-Pacífico. Como segunda potencia económica del planeta, los roces que pueda tener Pekín con sus vecinos isleños no copan la política exterior, económica y de seguridad china. A efectos mediáticos, no se genera esta imagen, ya que son frecuentes las noticias relacionadas con la tensión en las islas Senkaku o el archipiélago de las Spratly. Sin embargo, estas acciones y lugares se sitúan dentro de una estrategia mucho más amplia. ¿Quieres recibir contenidos como este en tu correo? Apúntate a nuestro boletín semanal A lo largo del siglo XXI la República Popular China ha realizado un asombroso despliegue hacia este y oeste en la búsqueda de un espacio propio de influencia y unas capacidades geopolíticas como nunca antes ha tenido. Hacia su vertiente oriental está desarrollando un acercamiento político a todo el continente americano —especialmente la región latinoamericana—; hacia el oeste, la fortificación del océano Índico. Ese océano en el que parece que nunca pasa nada está siendo testigo de cómo se posiciona militarmente China en lo que se ha llamado el collar de perlas, ante el temor de los países costeros y cierta pasividad estratégica de Estados Unidos. De Hainan al cuerno de África Para entender la estrategia de China, primero es necesario comprender cómo el Imperio del Medio se ve a sí mismo. Y este sobrenombre no es baladí: el término imperio entronca con su Historia milenaria, toda una sucesión de imperios dinásticos a lo largo de miles de años. Por ello, China ha naturalizado la idea de que es —y debe ser— un imperio. Yendo más allá, el concepto “del Medio” supone la centralidad de China en el mundo. Solo hace falta ver un mapamundi en su versión nacional: China se sitúa en el centro de la imagen, con el resto del mundo a su alrededor. Esta no es en absoluto una cosmovisión excepcional, ya que los mapas estadounidenses sitúan el centro en el continente americano y los europeos lo hacen con respecto al meridiano de Greenwich —con su pivote en Reino Unido— como referencia central. Así, desde hace siglos, China concibe su país como el pivote sobre el que gira todo lo demás, una concepción de preponderancia geopolítica que condiciona —y mucho— sus políticas. Proyección cartográfica con el Pacífico en el centro. Fuente: Geografía Infinita La seguridad comercial y, en especial energética, de Pekín está sujeta a las dificultades geográficas del sudeste asiático, a la densidad del tráfico marítimo y a las inamistosas relaciones con muchos de los países del este y sudeste continental. Puesto que su flota mercante discurre habitualmente por aguas políticamente desfavorables, China ha emprendido una política de diversificación de rutas comerciales para no depender excesivamente del camino que hoy utiliza masivamente. Una de ellas es la conocida Nueva Ruta de la Seda; otra es redirigir su tráfico hacia el Pacífico, que se complementaría con un futurible canal chino en Nicaragua. Mientras se van concretando estos proyectos a largo plazo, la potencia comunista ha ido posicionándose a lo largo del litoral sudasiático con bases militares y logísticas que le permitan, en primer lugar, establecer puntos de control e influencia sobre los mares del sudeste asiático y el océano Índico, ya lejos de las costas chinas, para proteger tanto sus exportaciones como sus cada vez mayores necesidades energéticas —hidrocarburos y carbón, en su mayoría— y, de paso, obtener una posición privilegiada de cara al control naval de toda la zona del sudeste y sur asiáticos, lo que redunda a largo plazo en un control político, económico y militar envidiable en toda la zona. La sucesión de bases y puertos llega desde la propia China continental al mar Rojo e incluso al Mediterráneo. Estas bases han ido colocándose en los pocos países amigos que China posee en Asia, pero que son suficientes como para haber conseguido posicionarse desde la propia isla china de Hainan hasta el mar Rojo en una cadena de bases —o, metafóricamente, un collar de perlas— cuya función radicará en proyectar la influencia y el poder chino desde el mar de China Meridional hasta el cuerno de África. Como ejemplos de este collar de perlas encontramos las bases, en su mayoría navales, del golfo de Bengala (Birmania), Chittagong (Bangladés), Hambantota (Sri Lanka), Guadar (Pakistán), islas Maldivas o Yibuti. Esta estrategia no es demasiado reciente, ya que se remonta a los primeros años del siglo XXI, cuando Pekín se planteó empezar a desarrollarla. En esos mismos años se le propuso al secretario de Defensa de EE. UU., Donald Rumsfeld, aplicar la misma estrategia que los chinos en el Índico para así tener controlado lo que China pretende preservar: sus flujos de petróleo desde Oriente Próximo y África. Estados Unidos, consumido por los frentes en Afganistán e Irak, no prestó demasiada atención a esta estrategia, algo que desde Pekín aprovecharon rápidamente. Los propios medios del Ejército chino —que en realidad son del Partido Comunista— están encaminados hacia esta estrategia de dominio naval regional. Actualmente, y así parece que va a ser aún por más años, tanto la armada china como sus fuerzas aéreas presentan carencias en calidad en comparación con los japoneses y en calidad y cantidad con Estados Unidos. A pesar de esta debilidad respecto con las grandes fuerzas del Pacífico, las chinas son abrumadoramente superiores en el océano Índico. Su único rival en esa zona podría llegar a ser India, pero hoy va bastante por detrás de la potencia china en cuestiones navales, así como en presupuesto militar. Ni que decir tiene que, sobre el resto de los países, desde Filipinas hasta Irán, el Imperio del Medio posee una superioridad manifiesta, incluidas armas nucleares —cuya efectividad radica en la disuasión que generan—. Para la finalidad de esta estrategia de despliegue regional, tanto la instalación de bases como el desarrollo de una armada potente y numerosa son aspectos íntimamente relacionados que desde Pekín han conseguido coordinar de una manera bastante acertada. China es la cuarta potencia nuclear del mundo, por debajo de Rusia, EE. UU. y Francia. Pese a su aparente ventaja, China ha comenzado a considerar a India como un rival al que tener en cuenta. La ubicación de este país y su potencial son obstáculos muy importantes para los intereses geoestratégicos de Pekín, ya que, al igual que países como Indonesia, Vietnam o Estados Unidos podrían poner en graves aprietos la circulación naval en el choke point del estrecho de Malaca, India podría hacer lo mismo en distintos puntos de la ruta china por el Índico. Tal es así que desde Nueva Deli también han comenzado a desarrollar una estrategia similar a la del collar de perlas, tanto para asegurar sus propias rutas como para escapar del cerco chino y obligar a Pekín a pensárselo dos veces si quisiese ahogar económica o geopolíticamente a India. China ha intentado cercar a India por mar, pero también por tierra con una aproximación a Pakistán, enemigo histórico de India. Nueva Deli está tratando de romper ese cerco con un mejor posicionamiento en el Índico. Estados Unidos sigue en la partida Parece evidente que, ante esta situación, Estados Unidos no iba a quedarse de brazos cruzados. Todavía mantiene el estatus de potencia mundial, pero ha invertido demasiado tiempo y recursos en Oriente Próximo como para perder aún más tiempo en no reaccionar ante el ascenso de nuevos poderes que le puedan disputar el trono. Afortunadamente para Washington, Estados Unidos ya contaba de cara a su reposicionamiento en el sudeste asiático y el Índico con relaciones políticas sólidas y bases plenamente operativas, lo que ha supuesto una gran debilidad estratégica para los chinos como es tener que empezar de cero a la hora de desarrollar su estrategia del collar de perlas. Para ampliar: “El reequilibrio de EE UU hacia el Pacífico”, Leon Panetta en El País, 2013 Inicialmente, el collar estadounidense iba a ser lo que ahora es el chino, es decir, colocar bases en la ruta de los petroleros hacia los puertos del gigante asiático para así tener un acceso fácil y rápido a esas rutas por si fuese necesario presionar a Pekín. La tardanza en posicionarse hizo que los chinos se colocasen antes, por lo que EE. UU. ha optado por usar las bases que ya tenía en Asia-Pacífico y Oriente Próximo para construir su propio collar. La finalidad de esta maniobra es meramente preventiva y defensiva y responde a las intenciones estadounidenses de despliegue de su influencia en Asia-Pacífico como punto vertebral de la política exterior de los años venideros. Su intención es no quedar por detrás del ritmo que lleve Pekín, dado que esta zona no deja de ser el vecindario de los chinos. El cerco estadounidense es, así, más amplio que el chino, con un enfoque más lineal. En cierta manera, se lo pueden permitir: sus alianzas en la zona son más numerosas, así como su capacidad militar de despliegue y radio de acción más amplios y potentes que los que pueda tener actualmente China. Tampoco tiene más misterio que ser una nueva doctrina de la contención, solo que aplicada a China en vez de a la desaparecida URSS, para que no pueda extenderse más al este por el Pacífico ni al oeste de Pakistán, Afganistán y las repúblicas exsoviéticas de Asia central. Los recursos de Estados Unidos para esta contención tardía son numerosos: dos flotas enteras, la Quinta y la Séptima —en el Índico y el Pacífico Occidental, respectivamente—, y un buen número de bases totalmente operativas en varios países aliados. La contención de Estados Unidos a China abarca el Pacífico y el Índico y busca, sobre todo, controlar los choke points de la zona. No obstante, el contracerco estadounidense solo cubre la parte marítima de la expansión china, que, si bien es importante —y se puede decir que la principal—, deja descubierta la vía terrestre que Pekín pretende llevar a cabo a través de la renovada Ruta de la Seda. Este es un camino que Washington apenas puede controlar, ya que buena parte de su recorrido circula por países más afines a los intereses de China que a los de Estados Unidos, como las repúblicas centroasiáticas o la propia Rusia. Este posicionamiento, aunque tardío, no es fatal para los intereses estadounidenses: las capacidades de China para igualar las de Washington aún son una apuesta a largo plazo, unos años que Estados Unidos previsiblemente utilizará para afianzar su posición en la región y establecer directrices claras de cara al expansionismo del Imperio del Medio. Ambos collares, chino y estadounidense, se basan en dos doctrinas de contención, cada una con sus intenciones basadas en sus capacidades. Por el momento, no se han producido escaladas importantes de tensión —más allá de cuestiones puntuales en las Spratly o las Senkaku— y la vía militar no parece, por el momento, una alternativa viable o práctica para la consecución de los objetivos estratégicos de cada parte. En su lugar, tanto desde Pekín como desde aquellos países que intentan ponerle freno a China apuestan por la vía económica como forma de debilitar la posición del contrario. Mientras tanto, el collar de perlas continúa poco a poco cogiendo forma. Para ampliar: “No es solo una guerra comercial”, Eduardo Saldaña en El Orden Mundial, 2018